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Un nimbo de sangre y sesos

  • Foto del escritor: Marcela Jiménez Luna
    Marcela Jiménez Luna
  • 22 may 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 jun 2021

El cuerpo sedente de un hombre descansa bajo la sábana que cubre su cadáver —y como si fuera la figurilla de un santo —, , un nimbo de sangre y sesos embadurnados en la pared lo coronan. Un narcomenudista, señala Guillermo Arias autor de la foto, se encontraba afuera de su casa platicando con unos amigos, cuando le dispararon en la cabeza con un arma de alto calibre que le destrozó la testa, otra fotografía de la misma escena, pero ya sin el cuerpo, nos ratifica la detonación cómplice y verdugo de aquel hombre que se quedó solo, junto a un banco y un par de sillas vacías.

Tres amigos platicaban afuera de la casa de uno de ellos, tal vez era noche, tal vez compartían unos tragos para refrescar el gañote y continuar con la tertulia improvisada, la cual concluyó con varios disparos; uno el que dejó un halo sobre la cálida pared de la casa. La imagen que da cuenta del suceso tiene un aire siniestro cuando la veo, un extraño acercamiento a la sacralidad, para ser más concreta, al arte sacro y además barroco.

La fotografía de Guillermo Arias, que por cierto “obtuvo una mención honorífica en el concurso internacional World Press Photo 2009” 1, es evidencia de los efectos de la guerra contra el narcotráfico. Una guerra sin cuartel, sin bandos definidos, sin un objetivo que perseguir, es sólo el deseo de matar al otro porque se puede, porque no hay consecuencias, porque el gobierno de ese entonces y el narco eran lo mismo, un monstruo de dos cabezas que se erige en un país violento desde las entrañas.

Nuestra historia se erige entre sacrificios y la violencia cuasi endémica que hacen de este país, el país de la nota roja, del exceso; de ahí que el barroco se nos haya dado tan bien y las esculturas de los cristos ensangrentados pululen por en cada rincón sean un referente en mi cabeza pues, ahí donde hay sangre y sesos, veo un nimbo, una reminiscencia del arte sacro, como una revelación de la violencia que supura, cuyo límite no está definido. Inicio en la frontera norte y hoy se extiende por todo el territorio. La violencia en México es abyecta, pues:

“perturba […] un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal con la conciencia limpia, el violador desvergonzado, el asesino que pretende salvar...Todo crimen por que señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aún más porqué aumenta esta exhibición de la fragilidad legal.”

Hay un lugar dónde se libran las batallas, todo espacio puede ser un campo de batalla; esta guerra no respeta límites ni lugares, y la imagen capturada por Arias es la síntesis de la abyección que describe Kristeva, ya que perturba el sistema, el orden; trae consigo la complicidad de gobierno traidor, mentiroso y criminal; es producto del sicario que asesina por encargo y profesión, a la sombra de impunidad. Así, el “Cuerpo de un presunto traficante de drogas”–título de la fotografía– revela la fragilidad de la legalidad, la exhibe y magnifica.

Además, esta imagen es doblemente abyecta en tanto que muestra el cadáver –– la máxima expresión de lo abyecto–– y la fragilidad de la ley, la perversión del sistema, el doblez de la fascia que ha quedado destruida, el interior se vuelve exterior y la masa encefálica incrustada en la pared junto a las manchas sangre me confirma que los límites se han trasgredido, lo que debiera estar oculto sale, explota y se vuelve parte del paisaje.

 
 
 

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