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El paisaje Abyecto

  • Foto del escritor: Marcela Jiménez Luna
    Marcela Jiménez Luna
  • 22 may 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 23 may 2021


El paisaje quedó manchado de sangre, de cuerpos inertes sujetos al festín de gusanos; y entre la hierba verde se puede divisar la carne a la intemperie que pareciera brotar de la tierra, mimetizarse entra hierba verde se puede divisar la carne a la intemperie que pareciera brotar de la tierra, mimetizarse entre los pastizales, cubiertos de arena, descalzos, una camisa a cuadros un pantalón de mezclilla, así son “Tus pasos que se perdieron con el paisaje” obra del fotoperiodista Fernando Brito, quién también fuera acreedor al premio WorldPressPhoto en el 2011, en la categoría Noticias Generales.

La serie “Tus pasos se quedaron en el paisaje” es el trabajo de varios años, una recolección de imágenes, que en un principio se percibían como nota roja, pero que poco a poco se fueron convirtiendo en lo cotidiano, de esta manera desde el 2009 hasta el 2015 aproximadamente, Brito capturó para un periódico local de Culiacán los asesinatos que se efectuaban en dicha ciudad, producto de la guerra contra el narcotráfico, que hoy puedo decir sin miedo a equivocarme, que sólo fue una simulación en la que gobierno federal se inclinó por un cartel de la droga iniciando de esto modo una suerte de guerra civil que hasta la fecha, y pese al cambio de gobierno, aún no se consuma.

Tampoco es un secreto que años atrás, e incluso ahora, el gobierno – a varios niveles, desde federal al municipal– ha pactado con los carteles de la droga; la diferencia está en que durante el sexenio del ejecutivo espurio (2006-2012), éste tomó partido poniendo a su secretario de gobierno al frente de una empresa del narcotráfico, convirtiendo a su mandato en un narco gobierno. Este narco gobierno se replica desde el municipio más aislado hasta las grandes ciudades, pocos son los bastiones en los que se respira paz.

De pronto, el país se volvió el país de la nota roja, a doscientos metros de mi casa le dispararon en la cabeza a un joven, sonó la ambulancia y después nada, salvo la claridad del medio día que exhibía a todas luces la impunidad imperante. Uno atrás de otro ha ido cayendo, cadáveres que se suman al paisaje, y entonces este se llenó de ellos; pasos que se perdieron, pasos que nunca volvieron.

Entre los matorrales, a un costado de la milpa un hombre reposa sobre la tierra, su rostro y su camisa ensangrentada dan cuenta del crimen sangriento que acabo con su vida. Y como despojo o basura, fue arrojado al campo, a un terreno aparentemente baldío. La intención clara de no mostrar el cadáver en toda su plenitud potencializa la imagen, así como el crimen y la muerte; pues estamos tan habituados a las imágenes de violencia, que como diría Susan Sontag:

La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer. Y aunque no ocurra así, se puede no mirar. La gente tiene medios para defenderse de lo que la perturba; en este caso, información desagradable […] Esto parece normal, es decir, adaptación. Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas.

Así, la fotografía de un crimen violento se nos arroja en la cara, puede que no nos conmocione, justamente porque este tipo de imágenes que muestran son parte de nuestra dieta diaria, nos hemos habituado tanto a ellas que estamos como anestesiados frente a la imagen del horror.

Es por ello que, cuando Brito se concentra en el paisaje y no el occiso, con tomas abiertas y afortunados encuadres, tiene un mayor impacto, pues el cadáver no está en primer plano, no aparece en el primer segundo en el que nos acercamos a la imagen, sino poco después. Entonces surge algo en el quieto maizal, un objeto ajeno que nos invita a acercarnos, a adentrarnos en ella, a caminar más allá, a quitar la hierba y en ese preciso instante, en el que el cadáver se nos revela, la pantalla tamiz se rasga –– eso que nos protege de lo real –– y nos devuelve la realidad de un país sumido en la violencia.

Frente al horror, la mirada anestesiada que nos protege de lo real como parte de un proceso de adaptación, nos devuelve la imagen de una realidad en la que estamos sumidos: tropezamos con cuerpos vencidos por el crimen organizado, convertimos los capos de la droga en antihéroes dignos de ser representados en series televisivas, por medios de comunicación que nos han alienado durante años, y finalmente adoptamos a la corrupción como parte de nuestra cultura, esto último en palabras de uno de los más incompetentes mandatarios del viejo régimen pseudo fascista que nos gobernó por casi ochenta años. Puede que exagere y no, la imagen nos devuelve una compleja realidad económica, política y social –y repito –; a mí no me lo contaron yo lo vi y lo viví porque sigo aquí.

 
 
 

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